سيروم فيتامين سي
الريــم Senior Member

En la literatura, como en otras juntas y ferias de eso que alguien llam? una vez la vida, nunca hay que perder de vista el asunto de la ambici?n. Declinada, se entiende, en todos sus colorines y gradientes. La humildad, cuando es sincera, puede ser ?til para templar el ego y dar a la luz obras delicad?simas, adem?s de necesarias en tiempos como los actuales, en los que todo el mundo aspira a ganar el Roland Garros y coronar en patinete el Anna Purna -en este caso, optar por un s?mil no literario es, sin duda, sin?nimo de prudencia-. Hay quien escribe como si no tuviera nombre. Otros, atentos a lo que est? fuera. Luego est?n, de timbre m?s metaf?sico, los que escriben sobre la imposibilidad de escribir, generalmente personas p?lidas y delgadas y en ocasiones -para felicidad del lector- a punto de diluirse. Y, por supuesto, también los que un d?a se levantaron con ?mpetu wagneriano y entre todas las realidades disponibles a las que consagrar su pluma decidieron echarle reda?os al asunto y escribir como si no hubiera un ma?ana, que es lo ?nico que siempre est? detr?s cuando se decide meter al universo entero en un libro.

Entre estos ?ltimos, m?s abundantes de los que pueda parecer, también existen, por supuesto, grandes excepciones. Est? Joyce, con sus primitivos hipertextos, que en formato desplegable dar?an para empapelar el orbe; puede que Tolst?i y Proust, con su conciencia circular y prensada a rodillo. Y también, con muy buen predicamento entre los franceses del XIX, los de corte antropol?gico y social, que tiraban del borde una realidad hasta agotarla en su infinidad de variantes y matices. Dostoievski prob? con la conciencia, Balzac con el ser humano -as? tal cual y tan burgués- y ?mile Zola lo hizo como pocos en el espectro pol?tico, llegando a retratar tan bien al segundo imperio napole?nico como para que sus escenas y sus licuados sociales tengan mucho todav?a que decir en la Europa pintona que se nos ha quedado de puertas parlamentarias para adentro a partir del 9J; a veces, y m?s en épocas de zozobra, la literatura explica mejor que el an?lisis lo que pretendemos someter al escrutinio anal?tico. Mejor, incluso, que artes m?s fr?as como las ciencias pol?ticas. Algo que deben de saber en la editorial Alba, que han decidido agitar el baile prosiguiendo con su colecci?n del autor francés y recuperando uno de sus t?tulos m?s agudos, ‘Su excelencia Eugène Rougon’; pura dinamita.

Leer a Zola no es cuesti?n de subterfugios. Entiéndase bien: si resulta ineludible aludir a sus conexiones con la actualidad, no es tanto por una presunta perspicacia de tah?r -que también- como por haber apostado por narrarlo todo. Incluso, en su letra peque?a. Al igual que hiciera Balzac con su comedia humana, Zola se plante? en el proyecto Les Rougon- Macquart contar la herencia de un hombre a través de una genealog?a. Veinte libros, los de la serie, que parten de una pretensi?n muy del gusto de las ideas del naturalismo -curioso que vanguardistas muy posteriores como Gertrude Stein (ver Ser norteamericanos) quisieran hacer lo mismo con la historia de su pa?s-, aunque con una maestr?a descriptiva y una intuici?n que, a?n desde el coraz?n riguroso del segundo imperio, logra asentar el molde de todos los comportamientos y miserias de la pol?tica contempor?nea. O de la polis, a secas. ‘Su excelencia Eugène Rougon’, traducida por Andrés Ruiz Merino, relata las intrigas palaciegas que se suceden a ra?z de la destituci?n de su protagonista del consejo de Estado. Un punto de partida que se configura en un bestiario en el que se representan con brillantez, pese a sus particularidades, todos los supuestos mentales que abundan en el juego del poder. Y, en m?s de una ocasi?n, con la dicotom?a entre nobleza y ruindad como eje de fondo, dentro de un mismo individuo.

Zola, que, como Proust, fue una vez Par?s, ejerci? de excelso destripador de la realidad, pero también de sutil?simo periodista, observador y escritor, virtudes que hacen de esta novela una de sus m?s completas narraciones. El hombre al que Anatole France describi? como “un momento de la conciencia humana” y que se adelant? a su época, incluso a la hora de anticipar la insatisfacci?n y rebeli?n femenina, pag?, no obstante, su capacidad incisiva, siendo primero ninguneado y posteriormente encontrado muerto en circunstancias sospechosas, que es como se encuentra a los que se atreven a escribir el ‘J’accuse’ de cada generaci?n (el suyo, el original, el que denunci? las trampas y los prejuicios antisemitas del caso Dreyfus). Candidato al Nobel en m?s de una ocasi?n, Zola compuso una obra que no s?lo es audaz por sus tintes premonitorios, sino por todo lo que dice de nuestros c?rculos de mando (y de nosotros). Una cualidad imperecedera, pero que acaso no sea nada comparada con otro de sus valores m?s espec?ficamente literarios. Nos enfrentamos a una hora confusa en la que nadie entiende nada, pero algunos, al menos, leen. Y abordar una novela como ‘Su excelencia Eugène Rougon’, m?s all? de su vigencia sociopol?tica -esto es, humana- sigue siendo un placer 4x4. Quiz? un solo un pelda?o por debajo de los otros autores ol?mpicos que optaron por escribirlo todo; y por un ?nico y muy naturalista motivo: Zola cuenta como nadie lo que hay y hasta lo que permanece oculto. Proust, en cambio, se parece m?s a lo que empez? a estar a partir de que a él le diera por escribir. Por otro lado, no se enga?en, no existe nada m?s sentimental y parecido que el Estado y una magdalena.



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